Don Gerónimo
- Title
- Don Gerónimo
- category
- People -- Catholic Church Figures
- isBasedOnUrl
- https://fromthepage.com/1762archive/a-digital-repatriation-of-a-lost-archive-of-the-spanish-pacific-the-library-of-the-convent-of-san-pablo-manila-1762/article/32183759
- name
- Don Gerónimo
- contentUrl
- 32183759
- valueMinLength
- 0
- valueMaxLength
- 0
- numberOfItems
- 6
Found 18 Instances of "Don Gerónimo" on 10 Pages
Índice de todas las escrituras que se hallan en este libro de las tierras comprehendidas con el nombre de San Isidro pertenecientes al Convento de San Agustín

{Al margen derecho: Casa de San Isidro}
{Al margen derecho: 230 pesos}
presentó escrito, haciendo
obligación de una escritura, que dicho Don
Salvador Martín otorgó de las dichas tierras
a favor de dicho convento en virtud de dichas
diligencias. Su fecha a los cuatro de dicho
mes y año ante Pedro de Valdés, escribano
público. Y pidió que en nombre de la
real justicia metiese en posesión de dichas
tierras. Y en su virtud se despachó mandamiento
y la parte de dicho convento tomó posesión
de dichas tierras. Y todas las diligencias
se hallan en este libro desde hoja 50 hasta
57 de él.
En veinte de junio de mil seiscientos veintiocho
años Fray Francisco Bonifacio, provincial,
concedió licencia a la parte del Convento
de Parañaque para que pueda hacer donación
de unas tierras al Convento de San Pablo,
en cuya virtud Fray Juan de Montemayor,
prior de dicho Convento de Parañaque hizo donación
de las tierras del río y brazos del Estero
de Ventura. Y dicho provincial aplicó
dichas tierras a dicho Convento de San Pablo y
están estos recaudos en este libro desde hoja 57 a 58 de él.
{Al margen derecho: Paquita Yumabon Majayjay}
{Al margen derecho: 101 pesos 6 tomines}
En ocho de marzo de mil seiscientos y noventa
y siete Fray Pedro Zambrano, por escrito que
presentó, adjuntó diferentes ventas de tierras
en lengua tagala ante la real justicia, y pidió
que dos intérpretes trasuntasen dichos recaudos.
Y está a hojas 58 a 59 de este libro.
Don Miguel García, Alonzo Ogtong, Don Juan
Astingal, Don Gerónimo Paslao, Francisco
Bilang, Doña Juana Amlang vendieron

{Al margen izquierdo: San Isidro}
Doña Margarita Malay, Doña Luisa
Carohin, Don Juan Pezo, Don Gerónimo
Paslao, Pablo Panayon, Doña Inés Pitahin [y]
María Vidal vendieron cada uno
por sí diferentes pedazos de tierra a Don
Pedro Tello, cuyas escrituras pasaron
ante Don Cristobal Bayani, escribano
de naturales del pueblo de Parañaque.
Y están en este libro a hojas 93 a 99.
{Al margen izquierdo: San Isidro}
Don Alonzo Fira, Don Lázaro Dalansic,
Don Martín de la Cruz [y] Don Agustín
Mercado vendieron diferentes pedazos
de tierras a Don Felipe Vasco, cuyas
escrituras pasaron ante Hernando
de Cabrera, escribano de naturales
del pueblo de Parañaque. Y están
a hojas 99 a 104.
En veintitrés de diciembre de mil
seiscientos y veintiséis Don Felipe
Vasco vendió todas las tierras a Don
Pedro Tello, cuya escritura pasó ante
dicho Hernando de Cabrera a hojas 104
a 105 de este libro.
{Al margen izquierdo: 120 pesos}
En nueve de agosto de mil seiscientos
cuarenta y siete Don Pedro Tello, en
virtud de la licencia de la justicia ordinaria
y parecer del señor fiscal, que se
halla inserta en la escritura, vendió
todas las tierras que posee a la parte de
dicho convento. Y la escritura se otorgó
ante Diego de Aldave, escribano público real,
y está a hojas 105 de este libro a 107.
Levantamiento de Ilocos y Pangasinan

A nueve huimos de Namacpacan, que fue domingo infraoctavo
de la Epifanía, y viernes a la noche 14, día del Santísimo Nombre de
Jesús. Se embarcó o fue a embarcar el padre visitador el sábado por
la [mañana]. Nos fuimos los tres a casa del señor obispo y [yo] con harto trabajo
y todos los españoles a la barra, fuera dos criados del señor obispo y el
alguacil mayor de la [provincia], Lorenzo Arquero, que aunque tuvo orden para
embarcarse, no quiso. Y pasaron, cuando llegó el zambal, todos
arriba para irse a Cagayan adonde padecieron grandes trabajos
con los religiosos que estaban allá. Estando ya el zambal en Narvacan,
pasaron los indios unas cartas del general Don Felipe Ugalde
para los dos alcaldes mayores de Ilocos y Cagayan en que avisaba
de su llegado a Lingayen y venida por tierra del general Esteybar.
La abrimos [desde] Ilocos y muy gustosos la remitimos por la [provincia]
arriba. Avisamos también al zambal y que se retirase y que
no hiciese daño a los pueblos, pues le habían hecho buen [palege].
No quisieron darnos crédito y en fin entraron en Vigan [el]
viernes, 21 del mes de enero. Ya estaba consumido el santo sacramento
y [purgado] del señor obispo. Y por parecer conveniente para
causarles respeto, les aguardamos con la misa. Porque decían [que]
deseaban oírla por haber muchos días que, por falta de sacerdotes,
no la habían oído. Y los recibió su señoría altísima, vestido de pontifical,
y nosotros como para decir misa. El primer zambal que
llegó fue uno de Binmaley que llamamos el Llorón. Y se echó a los
pies del señor obispo, llorando y diciendo que venía forzado, sin duda
era así por lo que después experimentamos de él. Pues llegó a porfiar
tanto que dio el señor obispo licencia al padre Fray Gonzalo para que le
confesase como lo hizo. Luego el sargentillo mayor y cabo
de los enemigos Don Jacinto Macaraeg, que hasta hoy no se sabe de
cierto si vive o murió. Y parece a todo permisión de Dios por el
diferente estilo y respeto con que nos trataba, siendo así que todos los
demás principales han pagado su delito. Luego Gumapos, y no quería
llegar a besar la mano a su señoría altísima, o de miedo o vergüenza.
Y luego otros que oyeron misa que dijo el llamado Don Jerónimo de
Leyva y los demás se esparcieron por el pueblo mientras
[a robar]. Al salir de la iglesia encontramos con un indio
con la

con la mano casi partida por medio que fue por querer defender no sé
qué oro. Y todo el pueblo se quedó en la iglesia, excepto algunos
principales que fuimos sacando los religiosos y metiéndolos en casa del señor obispo
adonde padecimos todos dos días [de] calor [y] hediondez, porque nadie podía
bajar sino nosotros que acudimos a los de la iglesia, y en particular
el padre Fray Gonzalo, o por más suelto o porque Dios le dio más ánimo, lo
trabajó mucho. Al entrar el zambal en el pueblo se fue
a reunir al río y desde entonces cobró tanto ánimo que solo
él no reparaba en meterse entre los enemigos. Aún [lo se] dieron unas
heridas y venía, huyendo por la calle de la casa del señor obispo y cayéndose.
Y aunque le vimos todos, ninguno bajó a confesarle, aunque
es verdad que su cura aseguró [que] era loco. Solo el padre Fray Gonzalo que estaba
a la puerta de la iglesia o dentro, fue allá y le absolvió debajo
de condición y en fin lo trujo debajo de casa donde murió
y le enterramos. Todo este primer día, solo fue el padre Fray Gonzalo
en dar morisqueta a los niños que estaban en la iglesia y arroz
crudo a los grandes [hasta] ir, acompañando al río a los que iban por
agua para darles de beber. Y para nosotros todo el tiempo del
asedio, era menester ir alguno en compañía de los muchachos
o algunos zambales de los que nos hacían guardia. El padre Fray
Cosme y yo también acudimos a llevar alguna comida, si bien
Fray Gonzalo era el repartidor. Llegó la noche en que propusimos sería
bueno hiciésemos guardia a los indios que estaban en la iglesia. Y dije
yo [que] dividiésemos [por] la noche en dos [cuartos]. El uno padre Fray Gonzalo
con el llamado Don Gerónimo de Leyva, y el otro el padre Fray Cosme y yo.
Y que el padre Fray Gonzalo escogiese su [cuarto] por estar más cansado.
Estuvieron todos hasta las once y media de la noche a la puerta
de la iglesia, abierta la puerta y la guardia de los zambales a la
entrada del patio. Y desde esta hora estuvimos el padre Fray Cosme
y yo hasta la mañana (doy se la a cualquiera de los más valientes
que tanto mal dicen de los religiosos). Allá a las tres de la mañana
vino a mí una pobre india, pidiendo misericordia que estaba muriéndose
de sed. En fin salí a los zambales que estaban de

algún espíritu y gusto del señor obispo, advirtiéndoles que no venía bien
el decir [que] no dejaban la fe con lo que [se] obraban, y que ya no era en
odio de los españoles como decían, sino en odio de la fe y [ofensa]
de Dios, etcétera. Y cierto que estaba por lo menos todos los principales y
aún casi todo el ejército allí, y que nos oyeron con atención y se habrán
acordado bastantemente de nosotros. Cuando había algo de nuevo,
siempre se valía el señor obispo de nosotros y para todo y en primer lugar
del padre Fray Gonzalo, y faltando él, nosotros. Porque los señores clérigos
hubieron perecido con su pastor a no habernos quedado los religiosos
en su compañía. Se me quedaba el decir que cuando el alcalde
mayor se retiró de Agayayos, fue a Vigan y trató, por parecer de los
españoles e indios principales, de quitar las cabezas a todos los
zambales que había presos allí. Pero acudió el señor obispo con una
descomunión con que se libraron e impartió mucho para sosegar algo
a los enemigos, porque luego preguntaron por sus zambales. Y como
los habíamos remitido allá arriba cuando quería entrar el enemigo
el pueblo, enviamos luego por ellos. Nuestro alcalde
mayor y padre visitador tiraron de la barra de Vigan hacia Batac +
{Al margen izquierda: a esperar el socorro de Cagayan (que esperando tiempo para que viniese por mar, no quiso el alcalde mayor enviar los cagayanes por tierra sino después que supo había llegado Magsanop a [Pata]. En fin era castigo del cielo esta que había de venir a esta provincia con que todo [se obró], porque no faltase lo decretado allá arriba, que con poco socorro había bastante y aún si Don Felipe Ugalde hubiera enviado un sampán luego, etcétera.)}
y los vientos no les dieron lugar. Y así trataron de irse a Manila
como a la fuente del socorro necesario para la provincia. Supieron en
Bolinao [que] había fuerzas en Lingayen [y] fueron allá. Y importó cierto
mucho porque los padres de Santo Domingo aseguraban a los generales [que]
no había zambales en Ilocos. El padre visitador y el alcalde
mayor les aseguraron lo contrario con que al otro día marchó la gente,
de que doy gracias al señor porque esta fue la causa de librar
los pueblos e iglesias desde Santa Cruz. Y en particular [hasta] que
fuera mi muerte si la quemaran. Después el alcalde
mayor fue en sampán a Vigan con el padre prior Fray Luis de la
Fuente y el padre visitador por tierra con el ejército, de que ha
resultado levantarse los testimonios a que se satisfará después.
Volvámonos a Vigan adonde iba faltando todo, pues después
de haber comido los gallos, solo vaca era nuestro regalo. Cuando
yo fui a la casa del señor obispo, iba malo y lo estuve hasta que llegaron los zambales.
Se trató de enterrar la plata, así de la iglesia como las demás.
Don Gerónimo aseguró no darían con su entierro, siendo así que el

el primer difunto que resucitaron los zambales fue el suyo.
Yo llevaba 300 pesos que me había entregado el padre visitador,
cuando los pude llevar al sampán y los manifesté. Y los enterró
el Padre Miguel de Quiros debajo de casa con la plata de
Tagudin y en la iglesia otra petaca llena de plata, toda
resucitó pero lo que no era de iglesia [vuestra]. En fin como vimos que
todos los entierros acertaban, escribió el padre Fray Gonzalo un
papel a Macaraeg para sacar la plata de Tagudin que aún no
habían dado con ella. Para que no hubiese disgustos, dispuso su [pestilencia]
de hallarse presente. Se llegó el tiempo del desentierro
que fue ocasión de dar el saco a todo lo que había debajo
de la casa del señor obispo con tanto ímpetu, que el padre Fray Gonzalo
subió más que de paso acompañándole un [hierón] de
Malong, al parecer buen indio. Y después, en otro acometimiento
que dieron a lo que estaba arriba en el cuarto de Don Gerónimo,
se echó por el corredor, o de miedo o porque quiso. Era [Flandes] [que]
[vio] los ladroncillos que subían a ver si podían agarrar
algo, y saliendo alguno de nosotros, se huían. Al principio
nos cerraban la puerta, no sé si por guardamos [o] [porque sí],
si bien siempre abrían si habíamos menester algo.
El jueves a la tarde dijeron que habíamos de salir para
Santa Catalina y nos trajeron indios para la ropa, y entró el
Conde Gumapos con deseos del saco a engañarnos con andar muy
listo, [triando] nuestras petacas para apartarlas y saber los
indios que habíamos menester. A mí me habían quitando todos los
muchachos, o por darme pesadumbre o por saber si había más
plata u oro. Y viendo uno que acompañaba a Gumapos, bajé
abajo y se lo pedí. Que fue el mismo jueves por la mañana,
y sabiendo de los otros dos, me los negó de miedo. Y estábamos entre
los dos componiendo la ropa. Y yo, buscando un papel de
importancia, y por detrás, un viejo endemoniado me quiso
la hamaca y pabellón +, y viéndolo yo se lo volvía a quitar. Y
{Al margen izquierdo: Por tres veces}
en esto, entró Gumapos, y la primera acción que hizo fue

echar la mano a un [tibu] blanco de bocadillos y sacó y comenzó a comer.
Luego, dio en una petaquilla y sacó un llavero de llaves. Yo arrastré dos
petacas que tenía y las saqué a la sala. Había allí una petaca con la
mejor ropa de Tagudin y la imagen de [pasta] de aquí. Y no me atreví
a sacarla, no sabiendo [que] me darían gente. Y era tal mi opinión que solo
una sobrecama, el [breviario] y el Belarmino en Iloco me parecía
podría escapar y así lo traía conmigo. Dije pues a los zambales que la
comenzaban a saquear, «mirad que en esta petaca no hay cosa que no sea
de la iglesia. No la toquéis». Apenas di la vuelta cuando la hallé
vacía y la imagen de nuestra señora a un rincón en el suelo, cargué con ella
y entre la plata que restituyeron de las iglesias, que fueron dos petacas, vino
la casulla verde de Tagudin sin estola ni manípulo. Y la puse
sobre la imagen adonde pereció o le hurtaron cuando quemaron la
casa. En este saco, llevaron mucho oro que había en petacas y cajas
particulares, y las del señor obispo que habían entregado a sus criados,
los indios. El señor obispo dio su báculo a Gumapos para que se lo
guardase. [Va] de [triste], de la casa del alcalde mayor, habían traído
unas candelas y unas tres petacas. El padre Fray Gonzalo, como amigo
suyo, o por mejor decir por hacer bien en que ponía todas sus
fuerzas, trató de librar estas petacas, porque antes del saco, el señor
obispo trataba de entregarlas a los zambales que sabían de ellas
por librar lo demás. Y el padre Fray Gonzalo se las dio al sargentillo
mayor para la una, otra para Gumapos, y la otra que se lo guardasen,
o las dos, más uno cien pesos, más o menos. Pues al dejarnos los zambales
cada [lang], digo en Narbacan, decía el señor obispo [al] padre Fray Gonzalo,
«¿cómo [en] de cien pesos y petacas, como a vuestra ilustrísima de [báculo]?+. «No,
{Al margen izquierdo: + respondía Fray Gonzalo}
yo se lo di a Gumapos para que viéndole los españoles con él.» «Le costase
caro», respondía el señor obispo. De este saco nos quedamos sin [plata]
ni cosa de que poder echar mano por que todo se lo llevaron sin
dejar cosa alguna. Solo al pontifical del señor obispo que estaba
apartado con nuestras petacas no tocaron. Si bien por no querer su
santísima no se escapó el pabellón y otras cosas, o todo y por no tener criados,
a Don Gerónimo, hasta la cama le quitaron. Aunque escapó otras
cosas, todo lo que podían, arrastraban. No habiendo quien se lo [im]

impidiese. Algunos indios tuvieron ventura, que tenían su
oro en el pontifical del señor obispo. Y se lo escapamos porque con
el saco se dilató el viaje para la mañana. Y aquella noche aunque
el señor obispo se afligía con este oro, no nos fuese causa
de alguna desdicha. El padre Fray Gonzalo lo tomó, y en su pabellón
solo lo puso en seis [a] ocho bolsones y [nos] lo repartió a los
cuatro y lo [sacamos] en las faltriqueras. Yo llevé tres bolsones,
dos en las faltriqueras, y uno en la abertura de la
manga del jubón, habiendo andado a pie casi hasta Agayayos
desde Santa Catalina. En Agayayos, enterró el padre Fray Gonzalo la
mayor cantidad con que me aliviaron a mí. Y después, cuando
se volvió Don Gerónimo a Vigan, se lo entregamos lo que llevamos
hasta Narbacán y fue a desenterrar lo que había quedado en Agayayos
para dárselo a sus dueños. Este es el oro que quitan
los religiosos, pues a fe mía, que eran más de
200 taeles. Partimos por la mañana, viernes, a Santa Catalina.
Que ocho días estuvieron los zambales en Vigan, nos dieron indios
para nuestra ropa y caballos para nosotros, excepto el señor obispo que
fue en hamaca. Y al salir de Vigan, vimos los muertos y el
fuego que pusieron a Bantay y Vigan. Aquí solo quedó el [tamboboay]
del padre. En Bantay, el convento con su iglesia y una casa dejada
en las visitas de este partido a la Amianan habían quemado
a San Idelfonso. Pero quedó la iglesia, en el de Sinait a
Cabugao. Y quedó también la iglesia, aunque dicen no fueron
zambales los que pusieron fuego a este pueblo. Llegados a Santa [Catalina]
con nuestra ropa y dos petacas de plata de las iglesias. Que aunque
se las entregábamos a Don Jacinto Macaraeg, no las quiso sino que dio
indios que las cargasen. Iba yo por delante y quise que nos aposentásemos
en casa de Don Pablo de la Peña, que también ha muerto, ahorcado. Mas,
[vi] la llena de gente y ropa, y escarmentado de Vigan, pasamos
a otra casa de un principal que estaba ausente, y su casa
vacía. Subidos allí, vino Gumapos, y le pedimos de

Y luego fue el padre Fray Cosme y aun pienso Don Gerónimo.
Y hubo de comer para todo este día y hasta Agayayos. Allá a la
tarde, vino Don Marcos Macasiam y nos advirtió del orden que tenía
de su pestilencia para llevarnos en su compañía que eran los ilocos,
que habían sacado desde Agoo hasta Narbacán que serían hasta
300, que con los zambales, a mi parecer, no llegaban todos a 3000. Y
iría a juntar la gente y, buscando cañas y talabones, nos acomodamos
todos, aunque con poca gente y que no bastaba para cargarnos con que
el más del camino hasta Narbacán. Fuimos a pie los dos clérigos,
padre Don Gerónimo y Padre Miguel de Quiros, [y] nosotros dos Fray Gonzalo
y yo, porque el viejo no podía. Y el señor obispo venía ya achacoso
que había ya días que las cámaras le afligían. Este día, sábado,
dormimos antes de la puente de Santa Catalina. Al otro día,
domingo, fuimos a comer a Agayayos, y llegamos tarde a Narbacán.
Habiendo tenido, al llegar a la punta del monte al
estero, una arma, porque como los de Narbacán con todos los demás
pueblos hasta Agoo, luego que supieron había españoles en
Lingayen, se retiraron a los montes [y] les hacían daño a los zambales.
Y pienso han muerto más de 700 hasta hoy. Y salieron los
tinguianes, sus aliados, a una compañía de zambales que venía
con nosotros de retaguardia. Y como el paso es angosto, quitaron
una cabeza y se metieron en el monte. Pasado este paso,
no querían los indios pasar de noche hasta Narbacán por las muchas
púas que habían puesto en todo el camino los de Narbacán.
En fin, a [puras] voces, y yendo el padre Fray Gonzalo y yo a pie
para animarlos, llegamos los dos primero a Narbacán
a más de las ocho de la noche. Y por gusto del padre Fray Gonzalo, fuimos
a avisar al capitán y cabo que él llamaba Ama Don Jacinto
Pacadua, que pienso le [pesó] después a nuestro Fray Gonzalo; porque al
bajar de casa el Don Jacinto fue con el negro de Don [Pablo] de la
Peña que estaba borracho. Y le tomó la mano a Fray Gonzalo que no se
la quería soltar, que le dio algún miedo. A mí también me
cogió la mano para besarla. En fin, no nos querían dejar ir
al convento, diciendo estaríamos mejor allí en una casa

Plata
Un cáliz. Un plato de vinajeras. Una vinajera. Casullas, 5. Frontales,
5. Un alba con su amito. Un dosel de seda. Manteles, 3. Dos velos de
hombros, 2. Corporales, 3. Bolsas, 2. Y otras menudencias que no son de importancia.
Di aquí el ornamento colorado, casulla y frontal, no se ha quemado
nada.
Un palio. Dos doseles. Una casulla colorada nueva. Un frontal
verde. Dos albas. Tres manteles. Tampoco se ha quemado aquí
pueblo ninguno.
La plata que faltaba, han restituido. Sólo 10 manteles y los vestidos
y sobrepellices de los sacristanes faltan por descuido o prisa
de sus amos. Y no ha habido quema.
Una casulla verde nueva. Y tampoco ha habido quema.
Sino es [a Manacleo].
Esto es, padre nuestro, lo que puedo avisar por la prisa. Pues desde que llegué de
la Amianan todo se me ha ido en despachos. La relación sólo sirve
para sacar las verdades que han pasado, porque además de meter cosas
en ella que no pueden salir a luz, fue [currentecalamo] y algunas
cosas van fuera de sus lugares y el estilo ha de ser diferente. Y
el haber avisado de algunas cosas ha sido a persuasión de los padres,
que todos en común están mal con Fray Gonzalo sólo por su
hablar, y bien los más con el Padre Medina, es dicha suya. +
{Al margen izquierdo: + Y en fin, cuando el pleito del padre visitador con el padre Fray Luis, todos y los viejos le hubieran levantado de la obediencia si yo no cumpliera con mi obligación. Y juzgo que lo más es por el padre Fray Gonzalo por no haberle dejado acabar su visita. Y dicen:}
Dicen que, estando los dos padres Fray Juan de Ysla y Fray Gonzalo juntos
en la provincia, no puede haber paz, por lo que se ayudan en esto.
No hago juicio, ni me lleva pasión más de lo que dicen.
A costa de 30 pesos, perdone vuestra reverencia padre nuestro si me quejo,
porque no quise salir del mandato que no se pague a nadie el [pulong].
Anduve toda la provincia y en primer lugar compuse al padre gobernador Don
Jerónimo de Leyva con el padre comisario, que habían reñido tan mal
que el clérigo le dijo (después de tratarle de idiota) que si fuera