Don Jacinto Pacadua
- Title
- Don Jacinto Pacadua
- category
- People -- Indio or Mestizo Government or Military Figures
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Levantamiento de Ilocos y Pangasinan

cuidado de parte de los zambales por asegurarla para sí y de la nuestra
para sus dueños. En fin, el sargentillo mayor no cumplía la palabra que
había dado de venir hablar con el señor obispo y el padre Fray Gonzalo que era
el más diligente (aunque por no dejar de hablar, les dijo a los zambales,
cuando yo no deseaba más que no lo supiesen, que nos habíamos hallado
los dos en la batalla de Agoo. Pero juzgo será mentira lo que
[curaron] allá, dicho también que los españoles los habían de quemar
todos sus pueblos, y que por eso quemaron a Vigan, cuando ni aún
noticia de la quema de Dagupan o Bacnotan de Pangasinan
determinamos darles, siendo así que sus mismos Binalatongan
habían quemado este pueblo). Se determinó de ir al parián adonde
estaba el sargentillo mayor para ver lo que trataba. Y en estos [andamos]
{Al margen izquierdo: y en casa del señor obispo, hicimos lo mismo con los que quedaron allí}
confesó a algunos y bautizó no sé cuántos +. Y en esta ocasión,
supo había llegado un sampán a la barra que venía por [Bandala]
y engañó a los zambales con el [hecho] que les iba a echar
los españoles de la provincia. Y entrando en el sampán escribió
al general Don Felipe Ugalde a Lingayen, apretándole para que viniese
sobre los zambales y dándole noticia de todos. Que aunque no aprovechó
esta diligencia por malicia del Arráez, que no fue a Pangasinan,
fue para nosotros de gran consuelo y la mejor que obró
Fray Gonzalo y que le pudo costar la vida. Pues declaró Don Jacinto
Pacadua al pie de la [cruz] que había tenido intento de matarle
de vuelta del sampán si le hablaba mal. Y cierto que a
nosotros nos dio cuidado mientras no le vimos. Los zambales
llegaron hasta la cuesta de [Badoc], de allí no pasaron porque
eran pocas las tropas que llegaron allá. Y los ilocos y el Alférez
Lorenzo Arquero tenían allí gente y los hicieron volver
atrás, viendo que los zambales andaban ansiosos por la hacienda
que estaba en la casa del señor obispo, y que teníamos noticias de los
muertos y veíamos el desacato a las iglesias. Les maldijo
su señoría ilustrísima y los descomulgó a todos aquellos que matasen o tocasen
en [cosa] de la iglesia o de su casa. La cual descomunión
publicó en iloco el padre Fray Gonzalo. Y después de haber
hablado largo, tomé yo la mano y dije lo que pude y con

Y luego fue el padre Fray Cosme y aun pienso Don Gerónimo.
Y hubo de comer para todo este día y hasta Agayayos. Allá a la
tarde, vino Don Marcos Macasiam y nos advirtió del orden que tenía
de su pestilencia para llevarnos en su compañía que eran los ilocos,
que habían sacado desde Agoo hasta Narbacán que serían hasta
300, que con los zambales, a mi parecer, no llegaban todos a 3000. Y
iría a juntar la gente y, buscando cañas y talabones, nos acomodamos
todos, aunque con poca gente y que no bastaba para cargarnos con que
el más del camino hasta Narbacán. Fuimos a pie los dos clérigos,
padre Don Gerónimo y Padre Miguel de Quiros, [y] nosotros dos Fray Gonzalo
y yo, porque el viejo no podía. Y el señor obispo venía ya achacoso
que había ya días que las cámaras le afligían. Este día, sábado,
dormimos antes de la puente de Santa Catalina. Al otro día,
domingo, fuimos a comer a Agayayos, y llegamos tarde a Narbacán.
Habiendo tenido, al llegar a la punta del monte al
estero, una arma, porque como los de Narbacán con todos los demás
pueblos hasta Agoo, luego que supieron había españoles en
Lingayen, se retiraron a los montes [y] les hacían daño a los zambales.
Y pienso han muerto más de 700 hasta hoy. Y salieron los
tinguianes, sus aliados, a una compañía de zambales que venía
con nosotros de retaguardia. Y como el paso es angosto, quitaron
una cabeza y se metieron en el monte. Pasado este paso,
no querían los indios pasar de noche hasta Narbacán por las muchas
púas que habían puesto en todo el camino los de Narbacán.
En fin, a [puras] voces, y yendo el padre Fray Gonzalo y yo a pie
para animarlos, llegamos los dos primero a Narbacán
a más de las ocho de la noche. Y por gusto del padre Fray Gonzalo, fuimos
a avisar al capitán y cabo que él llamaba Ama Don Jacinto
Pacadua, que pienso le [pesó] después a nuestro Fray Gonzalo; porque al
bajar de casa el Don Jacinto fue con el negro de Don [Pablo] de la
Peña que estaba borracho. Y le tomó la mano a Fray Gonzalo que no se
la quería soltar, que le dio algún miedo. A mí también me
cogió la mano para besarla. En fin, no nos querían dejar ir
al convento, diciendo estaríamos mejor allí en una casa

grande. Llegó el señor obispo y nos fueron alumbrando hasta dejarnos
en el convento adonde no hallamos ni agua. Perecíamos de sed. Y el padre
Fray Gonzalo me dijo, «padre, ¿vuestro provincial, no iremos para agua?» Respondí que sí. Y [notició]
hacia los zambales como solía, sino a la primera casa junto al convento.
Hallamos agua y muy fría. Y diciéndole yo, «¿no iremos a buscar de
comer?» Dijo venía cansado y que en bebiendo, se iría acostar.
Después, conocí había algún recelo del Ama Don Jacinto. En fin, el
señor obispo tenía hambre, y a unos zambales que estaban abajo en el
patio, pudimos avisasen a Don Marcos Macasiam, y que nos socorriese.
Y allá a medianoche hubo vaca y morisqueta en que metió el
señor obispo bastantemente. El día siguiente, lunes y último de este enero
se pasó allí todo el ejército por esperar al sargentillo mayor
que estando aún todos en Santa Catalina. Llegó un sampán a la barra de Vigan,
enviado del General Ugalde de Lingayen, y trataba de rendirlo por
entender era el alcalde mayor de Ilocos, siendo así que había más
de 20 soldados en él. Lo dejó en fin y llegó aquel día a Narbacán
y halló en la playa una carta de su rey, el Malong, que si hubiera
llegado con tiempo, quizá no entraran en Vigan. Los indios nos dijeron
después lo que contenía. Y antes, llorando, dice el padre Fray Gonzalo [que]
le dio parte de este papel el mismo sargentillo mayor. Les avisaba
Malong de la llegada de los españoles a su reino. Si bien eran pocos,
que le diesen prisa para ir a matarlos a todos, y que se llevasen todos
los principales de los pueblos conquistados para que les ayudarán y vieron
juntamente su valentía contra los castillas (muchos papeles hubo de este
monstruo y el último que no pasaron los indios, decía quemasen
los pueblos e iglesias y se retirasen a los montes porque ya había
vencido a los españoles, que fue cuando se huyó, quemando
su pueblo). Aquí comenzaron los zambales a quejar de los de Narbacán
y que los habían de degollar a todos y quemar el pueblo, porque
les habían hecho traición y muerto mucha gente, y en particular
un tío de Gumapos llamado Don Miguel de Tabora. Y decía el
Conde Gumapos [que] le había llevado un principal de Narbacán diez
taeles de oro y casi cien pesos. Procurábamos aplacarlos. En fin,
enviaron la compañía de Ilocos por dos veces a buscarlos